Las
notas del himno nacional latigueaban los tímpanos, el yunque y el martillo de
los guardias nacionales venezolanos. No se sabe cuál maleficio arropó a los
verde oliva para rechazar lo que siempre ha sido su acicate espiritual en
defensa de la integridad
territorial del país.
En
sus días y sus noches de sueños e ilusiones Willy Arteaga acariciaba en sus
pensamientos los acordes lejanos de Paganini, el mismo en que frente al escenario de un auditorio repleto de
admiradores ávidos de su actuación, esperaban ansiosos. La orquesta entró y fue
aplaudida. Cuando la figura de Paganini surgió, triunfante, el público deliró.
Paganini colocó su violín en el hombro y las notas musicales se pasearon suaves
y delicadas por el escenario. De repente, un sonido extraño interrumpió el
ensueño del público asistente. Una de las cuerdas del violín de Paganini se
había roto. El director paró, la orquesta se detuvo, El público se quedó en silenció, pero Paganini
continuó tocando. Mirando su partitura como si nada hubiera ocurrido, él
continuó extrayendo sonidos deliciosos de su violín con una cuerda menos. El
director y la orquesta, admirados, volvieron a tocar y el público se
tranquilizó.
Willy
pudo en algún momento pensar en un accidente de esas características, porque
entra en las probabilidades. Lo que nunca pensó fue ver su instrumento soltar
las cuerdas por la incontrolable furia castrense. Quizás si hubiera presenciado
aquel momento cuando otro sonido perturbador
atrajo la atención de los asistentes al concierto de Paganini, su ánimo se
habría macerado, otra cuerda del violín de Paganini se acababa de romper. El
director paró de nuevo y la orquesta se detuvo otra vez. Pero Paganini siguió
con el concierto. Como si nada hubiera ocurrido, se olvidó de las dificultades
y continuó arrancando sonidos imposibles de su violín de dos cuerdas. El
director y la orquesta, impresionados, volvieron a tocar.
La
naturaleza sentimental de Willy no resistió la desgracia que se escenificaba
ante sus ojos, la barbarie no tocó el instrumento, lo pulverizó, no pudo quedar
como el violín de Paganini cuando la tercera cuerda se rompió y él publicó lanzo entre un
grito y un quejido. El director y la orquesta se detuvieron una vez más, como
la respiración de la gente, que pensó que el concierto había llegado a su
final. Pero Paganini siguió, arrancó
todos los sonidos posibles de la única cuerda que quedaba en el violín. El
público pasó del silencio a la euforia, del pánico al delirio. Paganini alcanzó
la gloria. Su nombre perdura a través del tiempo. Su genio consistió en continuar
adelante aunque todo parecía perdido.
Willy
alentaba a los manifestantes en las protestas de los venezolanos para mitigar
un poco el sonido del disparo de bombas lacrimógenas y perdigones de la Guardia
Nacional Bolivariana. Aquel infausto día el violín se apagó, pero Willy siguió
tocando, con el alma, no dejó de tocar, porque su llanto vibró y llenó las
horas de aciago mientras su instrumento volvía a su hombro. Lo cubrió el
espíritu de Paganini.
Por:
JOSE LUIS ALCOCER.-
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